La huella química de los humanos en la Antártida
Las zonas libres de hielo suponen menos del 0,5 % de la superficie del continente Antártico. Estas áreas son las más ricas en términos de diversidad ecológica, pero también son las más vulnerables y en mayor riesgo de degradación física y biológica. No en vano en ellas se concentra la mayor parte de la actividad humana, ya sea con fines turísticos o de investigación.
Inevitablemente la presencia humana altera físicamente el terreno donde se asienta –la superficie construida en la Antártida ocupa más de 390 000 metros cuadrados)–, y también provoca contaminación química del medio.
Una parte importante de la contaminación antrópica en la Antártida está ligada a las aguas residuales. Estas introducen una gran diversidad de contaminantes orgánicos en el ciclo hídrico y el suelo: fármacos, insecticidas, productos de higiene personal (incluyendo filtros solares y fragancias), y numerosas sustancias químicas industriales (retardantes de llama, conservantes, etc.), entre otros.
La principal preocupación acerca de la presencia de este tipo de contaminantes en las aguas antárticas es su capacidad de bioacumulación y la toxicidad que algunos de ellos pueden presentar para los organismos expuestos. Además, su continuo uso y consecuente liberación, junto a la baja temperatura y la ausencia de radiación solar durante largas temporadas en las latitudes antárticas, favorecen su persistencia y acumulación en el medio.
Nicotina, filtros solares y fármacos en la Antártida
En un estudio reciente, hemos encontrado restos de contaminantes de origen antrópico en las aguas interiores y costeras de dos islas situadas en el archipiélago de las Shetland del Sur, al norte de la península antártica: la isla Livingston y la isla Decepción.
Los contaminantes encontrados incluyen una sustancia anticorrosiva (tolitriazol), un filtro solar (benzofenona-1), nicotina, cafeína y varios fármacos (los antidepresivos citalopram y venlafaxina, el diurético hidroclorotiazida, el antiinflamatorio diclofenaco y el antibiótico claritromicina).
Su presencia en principio está ligada a la actividad humana en la zona, pero algunos se encontraron en áreas sin apenas presencia humana. Distintos procesos ambientales, como su reemisión desde el hielo (donde pueden quedar inicialmente atrapados), el transporte a través del aire y la deposición atmosférica y distintos procesos de degradación pueden contribuir a su dispersión –o la de sus productos de transformación– a otras áreas.
Otro resultado que apoya esta hipótesis es que el patrón de contaminación observado en las aguas costeras analizadas fue muy similar entre sí en términos de niveles y composición, mientras que en las aguas continentales era más heterogéneo.
La nicotina y el tolitriazol, presentes en más del 74 % de las muestras analizadas, son los compuestos que muestran una mayor dispersión en el área investigada.
La nicotina, la benzofenona-1, la cafeína, el citalopram y la claritromicina son además las sustancias que presentan mayores concentraciones en promedio, entre 22 y 37 ng/L en aguas continentales y entre 16 y 57 ng/L en aguas costeras.
Riesgos para los seres vivos
Dado que la mayoría de estos compuestos han sido diseñados para tener actividad biológica, las concentraciones medidas, aunque bajas (un nanogramo es la millonésima parte de un miligramo), pueden suponer un riesgo toxicológico para los organismos expuestos a ellas de forma continua. Se han descrito efectos subletales a concentraciones ambientalmente relevantes.
Queda patente que aún queda mucho que investigar en este campo. Sobre todo porque apenas existen estudios de toxicidad con tiempos de exposición largos a concentraciones tan bajas, lo cual dificulta nuestra capacidad de predecir los efectos de un contaminante sobre el ecosistema en el que se vierte.
Además, los contaminantes químicos llegan al medio como mezclas complejas. Y sin embargo, los estudios de toxicidad se han venido haciendo con compuestos individuales o con mezclas de muy pocos compuestos sobre una única especie representativa de un nivel trófico.
En el estudio, investigamos 12 compuestos. Los resultados indican que la nicotina, los antidepresivos citalopram y venlafaxina, la claritromicina y la hidroclorotiazida son las sustancias que podrían suponer una mayor preocupación en la zona, considerando su presencia y características propias de toxicidad, bioacumulación y persistencia.
Este tipo de sustancias, de amplia distribución y probada toxicidad, debería incluirse en futuros programas de monitorización sistemática de aguas y seres vivos en la Antártida.
Es importante resaltar que cabe esperar también la eventual presencia de otras sustancias derivadas de la actividad humana en la zona, no incluidas en esta investigación, que también pueden suponer un riesgo ambiental.
La presencia de contaminantes orgánicos en las aguas antárticas evidencia que las actuales medidas de protección del medio ambiente antártico no son suficientemente efectivas para evitar la dispersión de sustancias ligadas a la actividad humana. En este sentido, y adoptando un principio de prevención, resulta conveniente reducir lo más posible la presencia humana en la Antártida y, sobre todo, concienciar a sus visitantes para que reduzcan al mínimo el uso de sustancias químicas durante su estancia, así como mejorar los sistemas de tratamiento de aguas residuales.
Cristina Postigo Rebollo, Investigadora Ramón y Cajal, Universidad de Granada; Jerónimo López Martínez, Profesor de Geología, Universidad Autónoma de Madrid; Luis Moreno Merino, Investigador Titular, Hidrogeología, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), and Miren López de Alda Villaizan, Investigadora Científica en Medio Ambiente, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
Fuente: El Economista