La chatarra, detrás de la epidemia de obesidad en México, no es más barata: estudio
Un análisis realizado en la Zona Metropolitana de la capital mexicana consideró el consumo de una dieta sana, una intermedia y una no sana, y encontró que en realidad el precio es muy cercano entre llevar una y otra; sin embargo, advierte de otras variantes que podrían explicar la facilidad de caer en la “comida chatarra”.
Ciudad de México, 30 de julio (SinEmbargo).– En México, existe una frase común que suele emplearse a veces como argumento y otras veces como pretexto: comer de forma saludable es más caro que comer comida menos saludable, esto es, muchas veces precocinada y con grasas saturadas, a las que llamamos “comida chatarra“, así como bebidas azucaradas, como refrescos y jugos.
Sin embargo, esta noción es desbancada a través de un estudio realizado por un grupo de científicos mexicanos que analizaron el gasto y los hábitos de niños y jóvenes para llevar una dieta sana sin necesidad de que los costos se eleven.
Se trata de un estudio llamado “Una alimentación saludable no es más costosa que opciones menos saludables: análisis de costos de diferentes patrones alimentarios en niños y adolescentes mexicanos”, publicado en la revista revista Nutrients de la Multidisciplinary Digital Publishing Institute (MDPI), encabezado por Patricia Clark, jefa de la Unidad de Epidemiología Clínica del Hospital Infantil de México Federico Gómez-Facultad de Medicina UNAM.
Esto además trae problemas posteriores, como la diabetes. “La obesidad se asocia al desarrollo de muchas otras enfermedades, como las cardiovasculares, la diabetes tipo 2, algunos tipos de cáncer y accidentes cerebrovasculares”, aseguró Clark a la UNAM la semana pasada. Su estudio está nominado entre los mejores papers del año en Nutrients.
“La transformación de la dieta mexicana tiene que ver con los sistemas de producción, antes éramos un país autosustentable y ahora debemos importar alimentos. Esto hace que cuesten más. También el ingreso a México de productos de otras culturas, por ejemplo, las grandes cadenas de hamburguesas o donas que no estaban disponibles, o muchas otras que ya hemos asimilado, como las frituras”, explicó. Además de los refrescos, estas industrias tiene el gran respaldo de la mercadotecnia.
EL ESTUDIO
Clark y cinco científicos más de la UNAM y del Centro de Investigación en Nutrición y Salud del Instituto Nacional de Salud Pública realizaron su estudio con una muestras de dos mil 104 niños y adolescentes de entre 4.5 años y 20 años, quienes fueron evaluados durante varios años: entre marzo de 2014 y abril de 2019.
Para obtener los precios se realizó un análisis descriptivo de los costos directos de los 146 alimentos del cuestionario de dieta aplicado a los jóvenes a través de la técnica de “microcosteo” recogiendo el precio y calculando el costo por cada producto. Los costos individuales de los alimentos fueron luego transformados en porciones y equivalentes para determinar el costo total. Esto se dividió en tres patrones: el sano, el patrón de transición y el no sano.
“La energía consumida de cada alimento se convirtió en una porción del consumo total de energía por día, y luego se estandarizó. Los alimentos y bebidas en el cuestionario se clasificaron en 29 grupos de alimentos, que se usaron como base para la derivación. de patrones dietéticos”, explica el estudio.
“En resumen, los criterios utilizados para asignar un alimento a un grupo de alimentos en particular fueron su similitud en el contenido de nutrientes (por ejemplo, grasas, proteínas, carbohidratos) y fibra dietética. Otros grupos se clasificaron según su perfil de ácidos grasos. (por ejemplo, aceites vegetales). Finalmente, algunos alimentos individuales eran grupos de sí mismos debido a su frecuencia de consumo y composición nutricional única (por ejemplo, alimentos mexicanos y tortillas de maíz, papas, huevos, jugo de tomate…”, explicaron.
Los precios se recolectaron entre enero de 2019 y abril de 2019. “Se identificaron diferentes precios para un mismo producto según marca, área y tamaño de empaque. Se estimaron un total de 133 costos unitarios según los alimentos utilizados para este estudio”, detallaron.
Por ejemplo, un kilo de plátano se fijó en promedio en 20 pesos; el agua, en 12 pesos el litro; bebidas azucaradas, en 13 pesos; carne de cerdo, en 80 pesos y un kilo de frituras, en 115 pesos. El estudio concluye que la diferencia de dinero utilizado en los tres patrones “no fue significativa”.
El patrón saludable tuvo un costo promedio de 352.69 pesos, mientras que el patrón de transición tuvo un costo promedio de 323.65 pesos y el patrón no saludable 311.43 pesos por cada dos semanas, con una ingesta de calorías de dos mil 756 kilocalorías para el sano y hasta dos mil 814 para el no sano; “no se observaron diferencias estadísticamente significativas entre los patrones dietéticos”, indicaron los científicos.
Se trata, dijeron, de una inversión del 16.6 por ciento del ingreso total quincenal de un mexicano asalariado y los porcentajes de gasto de los patrones de transición y no saludables fueron 15.2 y 14.7 por ciento, respectivamente, con cifras de 2019. La distancia monetaria entre el patrón de dieta más caro y el más barato considerados en las tres dietas distintas es de unos 41.26 pesos.
El estudio consideró que seguir las recomendaciones de la “Guía Eatwell“, que muestra cuánto de lo que comemos en general debe provenir de cada grupo de alimentos para lograr una dieta sana y equilibrada, tiene un costo equivalente que un dieta no sana.
LAS LIMITACIONES
Sin embargo, los científicos aceptan que, al analizar los resultados finales, a pesar de que la conclusión de que el gasto entre una dieta sana y una “chatarra” es prácticamente el mismo, “es relevante considerar que la edad de los participantes podría tener algún impacto en las pocas diferencias encontradas entre dietas saludables y no saludables”.
“En esta población [niños, niñas y adolescentes], la mayoría de las decisiones de compra y consumo de alimentos las toman los padres o cuidadores principales de los niños; sin embargo, tales decisiones afectan principalmente a los niños, ya que a medida que ingresan a la adolescencia comienza a haber más libertad en la compra y consumo de alimentos”, precisaron.
Otra limitación es que la muestra se tomó exclusivamente en la Ciudad de México y la Zona Metropolitana, por lo que “no refleja las características de la dieta de las zonas rurales o de las diferentes regiones del país, la cual, como es bien sabido, puede variar de acuerdo a la cultura, etnia o nivel socioeconómico de cada región”.
“Con relación a los niños, niñas y adolescentes, es importante tener en cuenta que las elecciones de consumo, especialmente en los niños y adolescentes que compran alimentos dentro y fuera de las escuelas, pueden ser subreportadas por el estigma o temor al juicio de sus padres o tutores principales ahora de reportar información sobre el consumo”, añadieron.
Asimismo, el estudio no incluyó los costos de oportunidad, es decir, el valor económico del tiempo invertido en la adquisición y preparación de los alimentos. “Esto es relevante en un medio urbano donde el trabajo familiar y la dinámica social le otorgan un valor diferente al tiempo, y es posible dedicarlo a determinadas actividades intrafamiliares relacionadas con la alimentación”, advirtieron.
Por ello, sugirieron a futuros investigadores del tema que incluyan estos factores socioeconómicos, así como un análisis más detallado del contenido nutricional de la dieta mexicana y su costo, y cómo estas decisiones pueden impactar en la salud de la población.
“En conclusión, los patrones alimentarios de los niños, niñas y adolescentes de la Ciudad de México y la Zona Metropolitana no difieren en costos entre unos y otros; por tanto, se puede desmitificar la percepción de que una dieta saludable es más cara”, afirman por último, pero a la vez aceptan que “se necesita más investigación para investigar el impacto de los precios sobre otras dietas mexicanas en diferentes edades y regiones del país, ya sea para reproducir los resultados del presente estudio o para saber si las diferencias se mantienen en otras regiones del país debido a la diversidad de alimentos regionales que en nuestro país es alto”.
UNA EMERGENCIA QUE NECESITA ATENDERSE
Según la ENSANUT, el sobrepeso y la obesidad en los escolares y los adolescentes sigue siendo un problema de salud importante que hace urgente su atención. En su análisis de 2021, se pudo observar un aumento en las prevalencias de obesidad en ambos grupos de edad, tanto niños de 1-9 años como de 10 a 18 años.
“Estas prevalencias en aumento son derivadas, seguramente, del tiempo frente a pantalla, el sedentarismo, la inseguridad alimentaria y otros determinantes ocasionados por la pandemia de COVID-19”, explica.
A nivel nacional, y por localidades rurales y urbanas, los preescolares consumen tres días o más a la semana alimentos no recomendables para el consumo cotidiano como bebidas endulzadas, botanas, dulces y postres y cereales dulces, cuyo porcentaje supera el consumo de alimentos saludables, ricos en micronutrientes y fibra como las frutas, verduras, leguminosas y nueces y semillas.
Además, existe un bajo consumo de frutas, verduras y leguminosas en la población escolar (menos del 40 por cienyo), las cuales son fuente de fibra dietética y nutrimentos antioxidantes. “Se ha observado una tendencia hacia un mayor consumo de grupos de alimentos no recomendables para consumo cotidiano en los hombres escolares que habitan en localidades urbanas. No obstante, 96 por ciento de los escolares en el tipo de localidad rural consumen bebidas endulzadas al menos tres días a la semana”, reveló.
Desde el año 2018, “se aprecia que la población adolescente mexicana está manteniendo un patrón de consumo alto en bebidas endulzadas y alimentos con elevado contenido de harinas refinadas, azúcar o sodio”, que está relacionado con mayor riesgo de desarrollo de sobrepeso y obesidad, hipertensión, diabetes y otras enfermedades crónicas no transmisibles.
Fuente: Sinembargo